El mensaje del espíritu se adentra por el lucernario de San Andrés. Inunda el pecho inerte de la Caridad del hombre, marchita y deshecha a jirones por los versículos de la intransigencia de los tiempos. Los pilares del Universo se aferran a las manos robustas y compasivas de Nicodemo y Arimatéa. Su altar de Quinario se consume día a día al ritmo que se encadenan las cuentas de peticiones, oraciones y promesas.
Como retando al sol primaveral que le confiere un cegador y pavoroso reflejo por Daoíz o la esquina de Jesús del Gran Poder; ese haz de caridad recobra vida eterna en los dedos que aún están destilando la sangre del amor. La entrega definitiva no es el fin si no el principio de todo. Solo así se comprende el mensaje de este Cristo. Solo así se puede aproximar inveteradamente a la teología de la gubia que el mismo Ortega Bru nos enseñara y regaló desprendidamente a Sevilla. Como se enseña la Caridad con mayúsculas. El activismo cristiano que citara el hermano mayor en su día, recobra hoy singular sentido.
No hay nada más vigente y primordial que el mensaje que encierra el Misterio del Traslado y su sobrecogedora impronta de la Caridad como imagen centrípeta. Nada mas intemporal que la compasión hacia el que se siente aturdido o tenderle nuestra mano a quien la precisa. Nada más incólume que la austeridad y sencillez de la Caridad bien aprendida. Nada más esplendoroso que anudar a nuestro dietario cotidiano el cordón franciscano sobre el lado derecho, con tres nudos sobre el cabo largo y proseguir el recto y señalado camino. El que nos Traslada hasta su Sepulcro vacío de muerte y repleto de una luz celeste. La misma que penetra hoy por el lucernario de San Andrés y luego se verterá en rojo pasión por el índice que concita todas las miradas del Lunes Santo. Christus factus est. ¡Qué poquito queda!
Foto: Alberto García Acevedo
Como retando al sol primaveral que le confiere un cegador y pavoroso reflejo por Daoíz o la esquina de Jesús del Gran Poder; ese haz de caridad recobra vida eterna en los dedos que aún están destilando la sangre del amor. La entrega definitiva no es el fin si no el principio de todo. Solo así se comprende el mensaje de este Cristo. Solo así se puede aproximar inveteradamente a la teología de la gubia que el mismo Ortega Bru nos enseñara y regaló desprendidamente a Sevilla. Como se enseña la Caridad con mayúsculas. El activismo cristiano que citara el hermano mayor en su día, recobra hoy singular sentido.
No hay nada más vigente y primordial que el mensaje que encierra el Misterio del Traslado y su sobrecogedora impronta de la Caridad como imagen centrípeta. Nada mas intemporal que la compasión hacia el que se siente aturdido o tenderle nuestra mano a quien la precisa. Nada más incólume que la austeridad y sencillez de la Caridad bien aprendida. Nada más esplendoroso que anudar a nuestro dietario cotidiano el cordón franciscano sobre el lado derecho, con tres nudos sobre el cabo largo y proseguir el recto y señalado camino. El que nos Traslada hasta su Sepulcro vacío de muerte y repleto de una luz celeste. La misma que penetra hoy por el lucernario de San Andrés y luego se verterá en rojo pasión por el índice que concita todas las miradas del Lunes Santo. Christus factus est. ¡Qué poquito queda!
Foto: Alberto García Acevedo
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